El sol es, por ahora, el único predio sin hijuela de propiedad. De manera que saber aprovecharlo, sin costo para ello, o por lo menos con un costo mínimo es el sueño de los ingenieros desde que se inventó la vela, y probablemente desde que se usaban antorchas.
La eficiencia energética es la acción del momento, la imaginación para la obtención de luz, sin gasto, es una prioridad en la gestión de los países.
Ahorrar energía, a su vez, produce gastos, en la elaboración, en la investigación, en generar los recursos que luego sostendrá la propuesta.
Pensar genera gastos.
Sin embargo, sin necesidad de reindustrialización o deuda en experimentación, hay soluciones sencillas que son lo suficientemente importantes en sus efectos como para introducirlas en las soluciones arquitectónicas, la botella en el techo.
Esta solución nace en una favela brasilera, cuando Alfredo Moser, un humilde mecánico, utilizó una botella de plástico con agua y un poco de cloro que insertó en su casa, para colectar la luz solar.
Y se abrió a una industria, de la cual, seguramente, no recibe satisfacciones monetarias. El reconocimiento es importante, pero lamentablemente no lo es todo.
Como fuera, la idea prendió, y ahora hasta hay una pequeña industrialización de la idea, nuevamente aplicando gasto, que es lo que Moser quería evitar, para, como siempre, generar dinero para alguien menos para el inventor.
Se tiene prevista la difusión del método y a principios del 2014, se estimaba el millón de hogares que se beneficiaría con la producción del método.
El funcionamiento es simple la refracción de luz solar sobre la superficie de agua, al ser atravesada, permite llevar luz a recintos internos. El cloro es para que el agua no se ponga verde, ampliando las posibilidades de duración.
Los ingenieros midieron la luminancia y advierten que es equivalente a 40 o 60 vatios de potencia, lo que se usa aproximadamente en una lámpara de mesa de luz.
La lámpara de Moser, apareció en 2002, como inspiración entre los apagones que ocurrían en el país, al Sur de Brasil.
Para lo que en a industria se traduce en dinero, para Moser es “Una luz divina. Dios nos dio el sol a todos”.
Seguro, limpio, sin riesgo de electrocutarte, gratis y provee la mejor forma de reciclar un material tan dañino para el planeta como el plástico de las botellas, cuyo descarte o conversión, a su vez es un gasto más.
Una fundación Filipina, que se dedica a la construcción alternativa, investigando materiales e ideas sostenibles y reciclable, ha tomado contacto con Moser para difundir la idea, que sólo necesita recibir donaciones de botellas y cloro para llevar a cabo la instalación entre los menos favorecidos.
Algunos piden el Nobel para Moser, y todos sentimos que se lo merece.